''Las Chicas del Cable'': Moda, traición y libertad.


''Hagas lo que hagas, aunque hayas cambiado de vida, de aspecto, de nombre... los recuerdos, siempre siempre, siempre están a tu lado... y los más importantes nunca puedes olvidarlos''.


El poderío que tiene Netflix hoy en día es ya innegable. Una empresa que ha enfocado muchísimos recursos en la creación de su propio contenido, y en una expansión internacional que hace que las películas y series con las que cuentan consigan el éxito de ventas a un costo mínimo. 

Dentro de esa expansión a los mercados internacionales, existe el proyecto de que Netflix, a manera de padrino, ayuden en la producción y distribución de series y películas originarias de un país en especifico. La magnate empresa ya ha hecho de las suyas en nuestro territorio con la serie ''Club de Cuervos'' o en la tan de moda por estas fechas Francia con ''Marseille''.
Pero esta vez quiero hablar del nuevo experimento que Netflix ha intentado en España, y que desde ya, una de las mejores series originales de la plataforma de streaming; ''Las Chicas del Cable''.


La serie nos sitúa en los muy locos años veinte, esa década que Fitzgerald ya nos ha detallado en tinta en su gran obra de culto ''El Gran Gatsby'', o que Woody Allen añoraba con cada fotograma de ''Medianoche en París'', y nos presenta a Alba (Blanca Suaréz), una mujer madrileña que ante una fallida escapada a la Argentina, donde pensaba que la libertad ya le estaba esperando, se mete en un lió que la orillara a infiltrarse en la Compañia de Telefonia como una de las telefonistas del lugar.
El pasado, el amor, y el llamado a la libertad de la mujer serán la rueda que nos guíe a través de ocho episodios en la vida de Alba.

Blanca Suarez en modo ''novia de España''-



En lo que respecta a la sinopsis, la serie pintaba a un drama romántico al uso (que al final, tampoco es que hubiera estado tan mal) sin embargo, se toma la molestia de tomarse a si misma en serio, y de no tratar a su público meta (el femenino) ni al resto de espectadores como tontos. Aquí hay tela de donde cortar.

Desde el primer instante, notamos que sin ser un presupuesto desbordado, Netflix se ha puesto en marcha para darnos una puesta en escena bastante cercana a el look de principios del siglo XX; con los vestidos, los edificios, esa atmósfera cálida pero elegante, y un aire de búsqueda del progreso. 
Y es que la verdad cada uno de nuestros personajes tiene una búsqueda hacia el progreso (o hacia el retroceso de otro) que no los vuelve entes unidimensionales al servicio del guión, sino en personajes muy redondos que sin necesidad de hacerles un capítulo entero para explicar que los ha llevado a donde se encuentran, son entendibles, humanos y mas de uno se volverá tu favorito y sufrirás con ellos. En este tipo de serie, tan manchada por los clichés de las series de televisión abierta, se agradece muchisimo; ya que sin personajes de verdad, la serie no tendría oportunidad de aventurarse en terrenos bastantes peculiares y peliagudos como el machismo, la poligamia, el maltrato familiar y el deseo de poder.


Porque para ser personajes que nos deberían datar de hace casi 100 años, en casi todo momento tienen esa imagen de vivir en nuestra época. Desde Carlota (Ana Fernández); quién de todas las chicas es por mucho la mas liberal y que aunque es sufragista, al mismo tiempo lleva consigo la carga de como interpretamos las relaciones modernas, y sobre que tanto podemos amar a alguien (que en un muy cínico 2017, las emociones mas básicas han sido dejadas de lado) a Carlos (Martiño Rivas, un verdadero cabrón en sus escenas, carisma puro), el joven ejecutivo de la compañía e hijo del dueño, que desea tener el mejor legado posible, pero que probablemente solo quiera mas el amor de su padre.

Y los anacronismos que con la puesta en escena, la fotografía y todo el empaque, se vuelven un deleite que se goza durante sus 7 horas de duración generales.

Pero sobre todo, por ser valiente.


Porque así es, en un momento histórico donde el movimiento feminista ha sufrido las consecuencias de internet, y en donde parece que menos sabemos unirnos como gente, esta estupenda serie nos recuerda que si, hay dolor en las mujeres y ese tren aun no ha zarpado. Y que probablemente tardamos mucho tiempo en darnos cuenta del maltrato. 

Y que un tema social de tanta relevancia (y que inclusive sectores de la población de ambos sexos han utilizado para separar mas la breca) sea tocado sin sentimentalismos, con coherencia, respeto y sin tachar de todo al televidente, esa es una muestra más de la valentía de la televisión del Siglo XXI. Aprovechemosla y no dejemos que la llama se apague tan pronto.

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